lunes, 30 de enero de 2012

Lo inesperado (Colette Capriles. El Nacional, Código Venezuela. 19.01.2012)

El gesto desacralizador de la diputada Machado reconfiguró el espectro del discurso de la oposición porque mostró que la indignación tiene razones           
Un único “acto de habla”, una simple frase, puede hacer visible lo que quedaba implícito hasta entonces. Y sobre todo sirve para establecer una cadena de intenciones y consecuencias. El mismo viernes 13 se leía en twitter, a través del ingenio de @olgak26, que Chávez había demolido la democracia con dos palabras y María Corina Machado lo había a su vez destronado con tres.

El “por ahora” vino a condensar la amenaza, sugiriendo que la resistencia democrática no duraría lo suficiente como para espantar al militarismo; y funcionó como un conector entre la evidencia del fracaso golpista y la promesa de éxito político, diluyendo la primera para convertirla en la segunda. Creó un clima. Y eso mismo es lo que pasa con la fórmula que desnuda, hasta el hueso, irrefutable, el alma de esta conspiración que se formó en gobierno para apropiarse del país. Crea una atmósfera que, por inesperada, desequilibra y repolitiza el ambiente de una campaña que el régimen querría lánguida, mahometanamente postrada ante un crepuscular coloso nietzscheano.

Quizás cada diez años nos toque rendir cuentas ante nosotros mismos para preguntarnos si entendimos algo de lo que está pasando. En 1992, muchas risitas y no pocos cálculos mientras se convertía a la institución presidencial en desechable. En 2002, le tocó al régimen, después de tambalearse, encontrar una fórmula de estabilización y, es cierto, aprendió la lección rápidamente. Los acontecimientos de abril de 2002 mostraron que el proyecto chavista, como proyecto militar, sólo opera bajo ciertas condiciones: altos precios del petróleo y oposición dividida; mantener el control del ingreso petrolero y construir una estrategia permanente de división del país fueron entonces los dos pilares de la consolidación. Fue el momento en que el chavismo entendió que era posible constituirse en oligarquía y que además ello era necesario para prorrogarse. Las derrotas que ha padecido lo demuestran: la unión estratégica del país no chavista se traduce siempre en eficacia política.

Quedó claro, en este último mensaje presidencial, lo irrelevante que para el mismo régimen resulta su propia gestión, reemplazada desde hace años por la mera propaganda. Que tal fue en efecto la retórica esencial del acto: la apoteósica, es decir, la exaltación de la divinidad que ya trasciende lo humano, suspendido en su gloria sin que el cuerpo le estorbe ya.

Pero el problema de cómo encarar la campaña electoral se replantea. La apuesta del régimen ha sido no solamente que la unidad de las distintas fuerzas políticas se fragmente (lo que ya entendió que no va a ocurrir), sino que esa unidad produjera una especie de “jaula de hierro” weberiana, un contexto en el que el riesgo de desafiar, provocar, desequilibrar, denunciar, indignarse, fuera demasiado alto. Sesudos analistas explicaban que “polarizar” (nota: como en Wikipedia, este término necesita aclaratoria) contribuía a fortalecer al “titán” y aconsejaban prudencia. El régimen preparaba su discurso pregonando, sin empacho, la estabilidad de su dictadura, los peligros del cambio, la invencibilidad del amor épico del “pobre pueblo” sin aspiraciones, las virtudes del triste conformismo de sus aliados empresariales, la fuerza militar, el miedo al caos, la plata infinita, ese lamentable “vivir viviendo”… y hablo en pasado porque aquel umbral de la “ponderación” quedó roto después del fatídico viernes 13. El gesto desacralizador (en el que la diputada Machado fue precedida por otros, no lo olvidemos) reconfiguró el espectro del discurso de la oposición porque mostró que la indignación tiene razones.

Se abrió la brecha. Se agrietó el coloso. Queriendo convertir una ocasión protocolar en una resurrección divina, terminó enfrentado a la realidad, al prosaico mundo de aquí abajo, donde se le espera para unas elecciones, no para una epifanía. @cocap

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